Ellas son las nuevas mujeres aguerridas y arriesgadas que enarbolan el feminismo de nuevo cuño. Bueno más bien, el «gigafeminismo». Posan frente a la cámara con sus cuerpos «lipoesculturados», con sus morros inyectados de botox botulínico, sus pechos de silicona, su manicura perfecta, tanto como la depilación de sus cejas y de otras partes del cuerpo que se esconden apaciguadas bajo el traje de azul espacial a juego con el nombre del cohete: Blue origin.
Toda la maquinaria de propaganda, incluida la del Washington Post desde que lo comprara Jeff Bezos, nos habla de la comparación de las nuevas exploradoras del espacio con la astronauta rusa Valentina Tereshkova, la cual en 1963 pilotó el Vostok 6 alrededor de la Tierra, siendo la única tripulante de la nave.
Ahora en el 2025, por el contrario, han sido seis mujeres las que han decidido volar hacia el espacio. Siempre, todo es mejor en buena compañía. La soledad nunca es buena dicen por ahí. Al menos, en reunión, una puede hablar de sus cosas. Viajar sola puede ser demasiado aburrido, aunque solo sean once minutos.
Sí. Once minutos en los que seis mujeres, enarbolando la bandera de un nuevo feminismo, se han adentrado en el interior del cohete New Shepard, de la empresa espacial Blue Origin, propiedad, precisamente, de Jeff Bezos, y han decidido contar al mundo su misión inter espacial.
Esta avezada exploración ha sido liderada por Lauren Sánchez, la periodista y prometida del magnate de Amazon, a quien la han acompañado en sus andanzas la estrella del rock Katty Perry, la productora de cine Kerianne Flynn, la activista Amanda Nguyen y la presentadora de CBS Gayle King… y, por supuesto, una ingeniera aeroespacial Aisha Bowe, más que nada por el por si acaso… por lo que pueda ocurrir en esos once minutos de gloria.
Parece que ahora, a los grandes multimillonarios y a sus marquesas les ha dado por mirar hacia el espacio. Hay quien quiere ser emperador de Marte y quien desea que su calentita guayaba pase a la historia, con el mismo éxito que lo hiciera aquella rusa que, antes de convertirse en cosmonauta, fue una obrera de la Unión Soviética trabajando en una fábrica de textil. Los viajes al espacio para particulares es una gran ocasión para demostrar al mundo lo aventurera que puede ser una mujer. Total, por un poco de calderilla una se puede sacar un billete para darse un «pingui» por el espacio y sentir eso de la ingravidez que aún no sabemos si puede tener cercanía o no con el punto G.
Sin duda, es más apasionante mirar hacia arriba, hacia el cielo, hacia el espacio sideral, que bajar los ojos hacia la Tierra. El lugar donde pisamos y donde vivimos se ha convertido en algo aburrido, e incluso soez. Visto desde ahí arriba, tan cerca de lo celestial, todo eso es un poco feo. A quién le importa los sueldos de los trabajadores que, con su esfuerzo, están financiando estos excitantes viajes.
Que se promulga la intención de aprobar una ley como Stop Bad Employers conocida como STOPBEZOS, donde se le acusa de pagar tan ínfimos salarios a sus empleados que estos se ven obligados a pedir subsidios sociales… a quién le importa. La solución: despedir ipso facto a todo aquel que se agrupe en una organización sindical.
Ellos son los nuevos dueños del mundo. Los señores feudales, los marqueses del silicio que asientan sus grandes empresas de producción en tierras donde se permiten denigrantes condiciones de trabajo hasta el punto de provocar una epidemia de suicidios laborales.
Pero todo eso de la revolución del pobre cansa un poco. Como dice Staglianò, los gigacapitalistas de hoy caen bien. Tienen buena prensa, sobre todo en sus propias redes sociales. Quizá porque trafican con cosas menos sucias que el petróleo, el carbón o el acero. Hay que subirse al carro de la retórica de Silicon Valley, según la cual «hay que construir un mundo mejor», y ese mundo nos espera en las inexploradas dimensiones del espacio. Hay que convertir a los conciudadanos en ovejitas zen que aplaudan esas miras abiertas, ese nuevo feminismo de once minutos, y que dejen de lado el rollo agotador y fatigoso de las monstruosas desigualdades entre las riquezas de uno y la pobreza de otros.

Total, ya queda poco para aguantar esa monserga del trabajador mal pagado. Del autónomo que no llega a fin de mes. De la pérdida de beneficios sociales. Para eso ha nacido la Inteligencia Artificial, para devorar todos y cada uno de los controles que se puedan establecer. Asumidlo vasallos del nuevo mundo porque todo ha cambiado. Apple, Google, Amazon, Facebook, X… todos ellos están más pendientes de subir al cielo, para desde ahí, santificarnos como un gran Dios, a la par que ajustan gastos, siguen elaborando formas para evadir el fisco y hacen reventar por los aires el contrato social, ese en el que ingenuamente creía Rousseau.
Qué importa el dinero malgastado con opulencia y derroche, y el impacto ambiental cuando el fin no es otro que subir al espacio. El coste de ese viaje inter espacial así como la contaminación generada es peccata minuta con respecto al avance de la humanidad. Ellos, los elegidos, los nuevos señores feudales, lo hacen por nosotros, por nuestro futuro bienestar. Eso sí, hay que tener un poco de corresponsabilidad para con tan gran proyecto. Tú, el obrero de a pie debes seguir pagando tus impuestos, tus diezmos. Debes seguir cobrando un sueldo que te permita sobrevivir y seguir trabajando, contribuyendo a esa gran obra de la humanidad. Si hay que jubilarse a los sesenta y ocho años, como si hay que negar subvenciones a la cultura o a la sanidad. No sea tan pesimista. No te preocupes, porque nuestras nuevas astronautas te lo contarán, aunque sean desde las páginas del Washington Post. El mismo tabloide del dueño de la empresa espacial Blue Origin, y el mismo amante de quien, forrada en su traje de neopreno azul dirigirá la expedición: Lauren Sánchez. El amor lo puede todo.
Ellas te dirán como lo han visto desde arriba. Estás en buenas manos. Así te lo ha cantado Katy Perry con una margarita en su mano ofreciéndola al espacio abierto, para después, al volver, arrodillarse, besar el suelo y decirnos a todas las mujeres trabajadoras, que aquello no era otra cosa que “hacer espacio para futuras mujeres”. Sí, incluso a aquellas que empaquetan sin descanso y por un sueldo denigrante los pedidos distribuidos desde las enormes naves de Amazon en todo el mundo maravillosamente globalizado.