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SER DE IZQUIERDAS Y SENTIRSE ESPAÑOL

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Manjón Guinea

Licenciado en Ciencias de la Información, Criminólogo y escritor

Decía Muñoz Molina en su libro Todo lo que era sólido «que los nacionalistas vivan subyugados por las mitologías patrióticas de origen y por la obsesión de la pureza es comprensible. Que la izquierda no solo las apoye, en cuanto se le presenta la ocasión, sino que además los imite en cada uno de sus devaneos y se esfuerce en ir todavía más lejos es un enigma que, por cansancio, ya he renunciado a explicarme».

La izquierda progre de hoy día parece más obsesionada en crear una imagen nefasta de su propio país y de todo lo que haga sentirse español que de la idea inicial de su concepción donde el principal escollo a salvar eran las diferencias de clases. La distancia entre ricos y pobres, entre los privilegiados de la sociedad y la clase obrera. Eso parece que ha quedado un poco lejano en el tiempo. Huele un tanto a rancio. Ahora lo que se lleva, lo que está de moda es el nacionalismo al que de manera errática se pretende vincular con el republicanismo. Ese es el relato, la creación de una imagen propia del nacionalismo que se adorne de pinceladas de moderno, de liberal, de progresista, de republicano. Frente a ellos y sus colores amarillos reivindicativos se crea otro relato bien distinto. El del opresor, el del facha, el del tipo violento, el del inculto, cuyas pegatinas se le ponen en la frente por el mero hecho de sentirse español. ¡Qué burdo!

banderas cataluna espana

El 28 de octubre de 1990 se publicaba en El Periódico de Catalunya el documento «Propuesta para aumentar la conciencia nacional en Cataluña», elaborado por esos generadores de opinión metidos en la nómina de la Generalitat por Jordi Pujol y pagados de los impuestos de todos los españoles. Ahí, en sus líneas, se exponía clara y diáfanamente un plan detallado para liquidar al «Estado español». El cronograma no era otro que la urgente necesidad de cambiar la sociedad en veinticinco años a través de un programa basado en la creación de asociaciones por la independencia y, por supuesto, el control de medios de comunicación y la inspección intolerante en las escuelas estableciendo el catalán como la lengua predominante de manera absolutista.

Junto con los periodistas costaleros y los profesores censores se dio cancha a los pseudo historiadores para que crearan un pasado mítico y fantasioso, como solo le gustan a los nacionalismos y a las dictaduras. Había que vender un futuro fantasioso sustentado sobre cifras y gestos históricos inventados. Y todo eso combinado perfectamente con el odio a lo español y el victimismo catalán como telón de fondo. Había que crear una leyenda negra sobre España, tal y como reza el excelente libro de Alberto G. Ibáñez: La Leyenda negra. Historia del odio a España.

De esa manera, progresiva e implacable, hemos llegado a un momento en que se han creado embajadas de un país ficticio en el exterior de nuestras fronteras pagadas con fondos públicos que han servido para crear una mala imagen de España y esa idea confundida y maquiavélicamente turbia de su opresión sobre Cataluña. La idea de una España que les roba y que es el centro de todos sus males focalizado principalmente en Madrid. Nadie parece caer en la  cuenta de que los nacionalistas catalanes llevan gobernando Cataluña más de cuarenta años. Más que el tiempo de dictadura de Franco. Que la Generalitat en esos años de gobierno haya acumulado una deuda impagable por sus festines y sus excesos nacionalistas no parece que tenga la menor importancia. Para eso están los españolitos de a pie, para pagar con sus impuestos sus excesos nacionalistas. Porque la corrupta, la mala, de todo este cuento para niños, es España. A pesar del fraude del tres per cent de las ITVs, de las enrevesadas cuentas de la familia Pujol, de los entramados financieros de Puigdemont para financiar un referéndum ilegal, e incluso, como ahora parece y queda patente en el libro de David Alandete, La trama rusa, en el ofrecimiento, por parte de Putin, de dinero y miles de soldados para llevar a cabo la codiciada independencia de Cataluña, creando un paraíso de criptomonedas y desestabilizando a la Unión Europea.

Da igual que Cataluña sea la región con más imputados por corrupción porque, hagan lo que hagan, serán amnistiados. La culpa de que su rancia burguesía robe a manos llenas es de España… del españolito tonto de capirote que pasea en su tren de alta velocidad a 80 kilómetros hora por las abandonadas y secas tierras de Extremadura. El lema en Cataluña es: robar sin pena. Es decir, sin aflicción y sin castigo.

Parece que ahora todo el mundo olvida que la República perdió la guerra precisamente por la avaricia nacionalista, por la traición de vascos y catalanes. Casi nadie ha visto documentales que nos podrían sacar de dudas como «Una esvástica sobre el Bidasoa», porque ya hay quien se preocupa de sacar dichos documentos históricos de la línea oficial del relato. La máquina de propaganda nacionalista y el republicanismo ignorante ya se han encargado de condenarla al olvido. Si ahora, como parece evidente, Puigdemont elabora un plan de soldaditos de plomo (Mambrú se fue a la guerra) tampoco pasa nada, porque ellos, los nacionalistas catalanes tienen la bula papal concedida por el «puto amo».

Da igual que nuestra transición haya sido modélica y que seamos uno de los países más descentralizados del mundo. Todo eso le da igual al avariento separatismo de la burguesía catalana cuyo único propósito es destruir España aplastando incluso a sus propios conciudadanos, a aquellos no-nacionalistas que viven bajo la inquisidora mirada del silencio y del temor a manifestar abiertamente sus pensamientos y sus creencias, en plena democracia. Porque todos esos, más pronto que tarde, doblegarán la cerviz al ver que sus propios dirigentes estatales les han dado la espalda. Han entrado en el juego de permitir que las subvenciones se concedan a quienes no son más que voceros del independentismo, que se persiga hasta la extenuación a cualquier autónomo o empresario que se atreva a rotular su negocio en castellano o español, que se aísle como a leprosos a los niños que hablen en el patio en otro idioma que no sea el catalán, que se desprestigie a la Policía Nacional y a la Guardia Civil. Todo eso no es suficiente porque ahora, los magnánimos nacionalistas, se pretenden hacer con el control judicial para silenciar, por supuesto, sus casos de corrupción en los que tan alegremente chapotean. La Cataluña nacionalista es la viva imagen de una dictadura bananera donde los gerifaltes independentistas pueden hacer lo que les plazca. La única diferencia con aquellos países latinos de lontananza es que los nacionalistas de aquí si tienen quienes les paguen sus fiestas y sus excesos. A quién le importa que todo ese dinero desaparezca en paraísos fiscales en lugar de invertirse en sanidad, en educación, en transporte, en beneficios para el ciudadano. La excusa es fácil, si no se tiene es por culpa de esa España que les roba, y se acabó.

Izquierda esp

El problema de todo esto, es que se ha conducido irremisiblemente a un deterioro de la confianza en las instituciones y en nuestros políticos. La corrupción lo ha embadurnado todo, y para colmo el perdón de esos artificios corruptos. Pero ojo, porque el hastío de los ciudadanos viene porque empiezan a interiorizar que hay una casta (la política, la que tan alegremente denunciaba Pablo Iglesias) que está por encima de las leyes. Las leyes solo existen para el pueblo llano. Los de la casta se perdonan y se auto indultan entre sí. Es la moda. Es el ser progre. Es el ser nacionalista y republicano español. Una mezcla como el aceite y el agua.

Hemos llegado a un nivel de corrupción preocupante, tanto como que ya forma parte de nuestro infecto riego sanguíneo de una sociedad enferma y donde difícilmente se vislumbran destellos de sensatez y buen gobierno. Los únicos destellos que empiezan a aflorar son los de los justicieros de nuevas formaciones políticas que no tienen ni programa, y cuyo eslogan es algo así como «se acabó la fiesta, que empieza la mía». Uno se pregunta ¿dónde quedan las ideas de Cicerón, de Platón, de Aristóteles, Rousseau, Voltaire sobre las virtudes éticas que deberían ostentar los dirigentes de una república o de cualquier forma de gobierno democrático?

No hay duda de que no se necesitan más espantapájaros. Hacen falta verdaderos servidores de lo público, íntegros y sensatos, que miren por el bien común, en lugar de tanto halagador que se llena los bolsillos gracias al erario y al esfuerzo de todos los ciudadanos. Es el momento de acabar con todos esos privilegios que provocan la creación ciudadanos de primera y de segunda categoría. Es necesario acabar con los enriquecimientos corruptos y las vanidades flatulentas antes de que todo eso acabe con nosotros. Es lo que debe exigir una democracia fuerte y real. Una democracia sustentada en ciudadanos que no se deban a un voto cautivo y que puedan cambiar su voto cada cuatro años para juzgar a sus gobernantes. Es el momento de dejar de envolverse por piruetas propagandistas y de poner fin a una política de artificio y fuegos artificiales. Es el momento de ser de izquierdas y de poder sentirse español. Sin vergüenza alguna. De izquierdas y español. Alguna opción habrá, que digo yo…

 

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