«¡Vieja bochinchera!, ¡todo es culpa tuya!», gritará uno de los protagonistas de la novela de Carlos Sanclemente, justo antes del cruento desenlace. La mirada aviesa, el gesto torcido, las palabras malquistadas y sobre todo la envidia será el lodo que emponzoña el discurrir de este excelente libro del escritor colombiano, nacido en Popayán.
La envidia es uno de los siete pecados capitales que aparecen en el listado del Papa San Gregorio Magno. Y es, quizá, el peor de todos porque le termina devorando a uno mismo. Un sentimiento mortificante que lleva a querer poseer lo de los demás, con el impulso de quitárselo o incluso dañar a la persona si no es posible arrebatárselo.

Es, metafóricamente hablando, como esa planta, la cizaña, de la familia de las gramíneas, cuyas cañas crecen hasta más de un metro de alto, flores en espiga y aristas agudas. Que se cría espontáneamente en los sembrados y cuya harina, la de su semilla, es venenosa. No podía ser menos.
De hecho, podemos encontrar en el Nuevo Testamento la parábola del trigo y la cizaña. El trigo representa la bondad, a las personas que van por el buen camino. Sin embargo, la cizaña representa el mal, las personas que dañan a sus semejantes. La cizaña está hueca en sí misma y tiene una semilla que envenena, pero debido a su semejanza con el trigo, es casi imposible separarlos antes de que las espigas maduren.
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