Existe una permeabilidad intangible entre la literatura y la música. Una influye en la otra y, a la vez, ambas desdibujan las fronteras que pudieran existir entre ellas. Son como dos niveles de un mismo discurso: el de los sentimientos. La música al igual que la literatura recrea una realidad interior donde arden las emociones. Son planos del arte que se entrecruzan y se alimentan, la una de la otra, para reforzar la expresión de un sentimiento.
Ya en tiempo de los griegos y de la mitología clásica se relacionaba a Apolo, Dios del Olimpo, con la música y con la literatura. Era el protector de la poesía y se le invocaba al comienzo de las composiciones siempre acompañado de la música de su lira.
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El libro de José Luis Ibáñez Salas, Carry that weight, no tiene nada que ver con esos sonidos emitidos desde la deidad helénica, ni tan siquiera con el romanticismo del siglo XIX, donde la música alcanzó el punto más alto de autonomía y comenzó a ser valorada como un arte capaz de expresar todo aquello que no se puede expresar con palabras. Por el contrario, el libro de cuentos del escritor madrileño nos traslada a la época arrolladora del pop, del rock e incluso del punk en los años de rebeldía donde la bandera que ondeaba era la de la libertad. Tiempos anhelados de democracia tras la caída del régimen franquista, que dieron pie a una música palpitante de letra arrebatadora y reivindicativa. Arpegios y semicorcheas insurrectas trasladadas por los utópicos vientos que soplaban desde las Islas Británicas.
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