Por María Marcos
Licenciada en Derecho y Librepensadora
Hay historias que calan hasta los huesos. Hay historias que merece la pena escuchar y dar a conocer al mundo, difundirlas, divulgarlas para que sirva de ejemplo de fortaleza, tenacidad, en este caso, con el valor añadido de ser una mujer en la época del Siglo de Oro, donde la igualdad de sexos o los derechos de las mujeres, eran impensables.
Los papeles se repartían al nacer según el género, y si te tocaba el femenino, tenías asumido que lo que te esperaría en el camino serían barreras, muros, y vivir prácticamente como un objeto inanimado y sin derechos. Alguien que en el mejor de los casos podría tener la suerte de recibir una educación, dependiendo del estatus social, y poder formar una familia, pero siempre bajo la inferioridad intelectual, moral e incluso física o natural respecto al hombre. Es decir, lo que hoy se conoce como la omnipresencia y superioridad de un sistema patriarcal.

Doña Francisca de Pedraza, una historia conmovedora. Huérfana de padres, criada en un convento que, a priori y a pesar de la fatalidad, se podía considerar que tuvo la fortuna de que, al menos, esta situación le permitiera tener la educación necesaria, al que no accedían las mujeres y, menos, las de bajo estrato. No obstante, llegado el momento, a cierta edad, la única alternativa de futuro a la toma de los hábitos era el azar de un matrimonio.
Con la fatalidad para Francisca, de que en una de sus salidas del convento fuese vista por Jerónimo de Jaras, quien decidió pedir su mano en 1612. Petición que fue concedida sin mayor trámite, ni comprobación por parte de las monjas, ya que por un lado en esa época el matrimonio era el estatus deseado por cualquier mujer de bien y por otro lado para el convento era una manera de aliviar sus cargas y disminuir los sustentos.
Se podría considerar el primer caso de violencia de género documentado y perseguido hasta ser reconocido como tal y hasta el punto de concederle la separación matrimonial.
Para ello tuvieron que pasar diez años de malos tratos, violaciones, amenazas de muerte, abortos provocados por palizas. Un periplo de sufrimiento y vejación que, a pesar de ello, de denunciarlo y pedir ayuda, siempre se veía obligada a volver al hogar familiar, con simples advertencias para el marido, de no pegar a su mujer, solo lo necesario para que fuese obediente.
Es en 1624, durante una visita papal a España, cuando Francisca consigue que su caso sea atendido por la Audiencia Escolástica Universitaria y un joven rector, Álvaro de Ayala, le concede en menos de 3 meses la deseada separación, contemplando en la sentencia incluso la separación de los bienes del matrimonio y el establecimiento del alejamiento de la víctima. Sentencia que fue posteriormente reafirmada por Dionisio Perez Manrique de Lara, a pesar de los intentos del exmarido por anularla una vez que D. Álvaro dejara su cargo.
Un auténtico calvario el de Francisca hasta llegar aquí. Un camino lleno de obstáculos, baches, dolor, sufrimiento físico y psíquico pero sin dejar de gritar que la que sacasen de allí. Sin ceder en el intento hasta encontrar personas de moral, con criterio capaz para discernir entre la superioridad del hombre y el salvaje trato a un ser humano que, aun siendo mujer, tiene alma. Hombres, que por serlo ostentaban la autoridad y poder en la sociedad, y movidos por la compasión, allanaron el camino de esta mujer hasta, por fin, ver salir el sol para ella y sus vástagos.
Por lo que este reconocimiento, es para Francisca, luchadora incansable, que sacó fuerzas para conseguirlo y que tanto beneficio aportó a mujeres en su misma situación, no sé si en aquel momento, seguramente nada inmediato, pero sin duda abrió una brecha en una pared de hormigón inquebrantable.
También para esos hombres, que aun siendo educados en la superioridad sobre la mujer que por teorías biológica o simplemente teológica y religioso, la colocaban prácticamente en una posición diabólica, siempre a las puertas del pecado y la debilidad moral. Pero, aun así, fueron capaces de acabar con una injusticia como esta, y dieron un primer paso para acabar con la desigualdad, aunque en ese momento ni ellos mismos lo supiesen, y su único motor fuese, imagino, el de la conciencia y la humanidad.

En los tiempos que estamos, esta protección a la mujer se ha convertido en un debate continuo y a veces un mundo de locos donde es difícil discernir entre el equilibrio de ambos sexos y la fragilidad de una balanza compensada donde no paguen justos por pecadores.
Pero cuando lees historias como esta, que agradezco a mi amiga Arancha que me mencionara en una de nuestras charlas, entiendes como el sexo femenino ha tenido siempre el mundo en contra y lo difícil que ha sido ponérselo por montera.
Ha sido tratada como un animal antes que como un ser humano. No ha sido considerada un ciudadano de primera, solo la pertenencia del sexo «fuerte», ya fuese, padre, marido, hermano, sin derechos salvo el permitido por su amo. Una supervivencia que ha dependido del otro sexo, que en los mejores casos te podría ofrecer una vida de privilegios y en el peor, una sentencia a vivir una mala vida de sometimiento.
Muchos al leerme pensarán que esto no pasa ya en nuestros días. Pero lamentablemente estas historias siguen vigentes y latentes, puede que no en nuestro entorno cercano, pero si en países, culturas, donde la mujer sigue siendo inferior por naturaleza, por ley y por religión.
Ya Safo de Lesbos, una de las pocas voces femeninas de la Antigua Grecia que ha llegado hasta nuestros días, escribió «te aseguro que alguien se acordará de nosotras» como un hechizo o maleficio que en nuestros tiempos sirven para romper con el silencio y la sumisión al poder masculino.
Y es que son muy pocas las mujeres artistas a lo largo de la Historia. Motivo que inspiró a Angeles Caso a documentarse y tras una larga investigación, a escribir y rescatar del ostracismo y de la proscripción cultural a artistas mujeres que lucharon para abrirse camino entre los siglos XII y XVII: Las olvidadas, una historia de mujeres creadoras, sobre el enclaustramiento de las mujeres.
También Simone de Beauvoir, filósofa, escritora y activista feminista francesa, en su ensayo El segundo sexo investigó sobre la situación de las mujeres a lo largo de la historia y las diferencias entre ambos sexos y como la mujer es un producto social y cultural que nada tiene que ver con la genética.
En manos de todos está el vivir y educar en la igualdad para una sociedad más justa.
Se van a necesitar muchos Dalai Lama que se llamen a sí mismo «hombre feminista. ¿No es así como se llama a alguien que lucha por los derechos de las mujeres?»