Por María Marcos
Licenciada en Derecho y Librepensadora
El arte siempre completa nuestro espíritu. Conecta la mente con el alma a través de la expresión artística y su significado. Esa conexión nos lleva al más allá, entendido no solo como algo transcendental y espiritual, sino como una vuelta al pasado que nos permite vivir en otras épocas y visionar otras vidas que se encuentra retenidas en el interior de un marco o en las páginas de un libro y nos sitúa en el contexto histórico en el que se desarrollan.
Es algo que me fascina del arte, te abre al mundo, a las glorias y penalidades de cada momento, a través de los siglos y generaciones, es la herencia que el ser humano deja al ser humano, su creación artística y sus deseos por comunicar y perdurar en el tiempo.
Esta sensación es la que me recorre por las venas cuando tengo la suerte de salir de la rutina y ser invitada por AXA XL a visitar la exposición «70 Grandes Maestros de la Colección Pérez Simón» en Palacio de Cibeles de Madrid. Un día entre semana, un tanto acelerada por las prisas de la mañana, los quehaceres todos urgentes que dejo a medias, las obligaciones que siempre priorizas y coartan la libertad de acudir a una cita tan especial como esta. Pero decides asistir a costa de morir en el intento y llegas a CentroCentro de Cibeles, gracias a la maestría de una mujer taxista que consigue dejarme en la puerta pasados pocos minutos de la tan rogada puntualidad de las 9h. Paso el arco de seguridad, bajo unas escaleras y me adentro en un submundo de salas irregulares, unidas por pasillos y recovecos que conforman una colmena repleta de increíbles y valiosas obras colgadas en sus paredes.

La exposición se divide en tres secciones, que abarcan todos los periodos, desde maestros antiguos y primeros modernos, obras del siglo XIX y por último las vanguardias y arte actual. Es una amplia muestra de artistas de todo el mundo, de superlativa calidad pictórica, de disfrute para todos los sentidos, que sin duda hace que merezca la pena ese ansiado paréntesis en nuestras vidas para verla. Canaletto, Goya, Cezanne, Pissarro, Van Gogh, Rubens, EL Greco, Murillo, Van Dyck, Zuloaga, Dalí, Romero de Torres, Sorolla, Antonio López, Katz, Barceló y un largo e innumerable etcétera de artistas y sus obras.
Me paro absorta ante Las rosas de Heliogábalo 1888 del pintor holandés Lawrence Alma-Tadema. Desborda romanticismo y te cautiva con sus colores pastel y rosados y con un baño de pétalos sobre los invitados que te sumergen en una placentera fiesta al más puro estilo romano, con gozosos personajes de túnicas blancas y doradas, imaginaria música celestial de fondo, columnas marmóreas que parecen sujetar el cielo, todo ello un engaño para la vista, nos dice la guía mientras nos saca del embelesamiento de los sentidos, para situarnos en el contexto histórico de la obra y del emperador Heliogábalo, conocido por su falta de virtudes durante su corto reinado de cuatro años. La obra de Alma-Tadema representa su retorcida crueldad para disfrutar del espectáculo de pétalos cayendo en cantidad suficiente como para cubrir y asfixiar a los invitados exhaustos e intoxicados por la bebida.
Como toda obra que se precie, refleja su contexto político, moral y social, en este caso marcado por el reinado de este excéntrico y joven emperador conocido por sus conductas escandalosas y su falta de apoyo popular quizás generado por su caso omiso y escasa empatía con las tradiciones religiosas del gobierno de Roma.
Nuestra ilustrísima guía continúa con el recorrido. Tengo la sensación de no poder seguirla. Necesito reflexionar unos minutos en cada obra y asimilar todo el detalle de su explicación. Pero la visita es de duración limitada y avanza sin poder esperar a los rezagados como yo. Seguimos avanzando y cada obra no se puede decir que sea mejor, porque todas son de relevante transcendencia.

Llegamos a los retratos. No puedo evitar mirar de frente El Retrato de la Señora Corcuera de Zuloaga. Siento entre admiración y envidia de su posado, hermoso a la vez que mundano. Una elegante figura en gran parte por el envoltorio del vestido que a pesar de ser de época bien podría inspirar a la moda contemporánea. Reconozco que me llama la atención enormemente la sombra de sus ojeras, donde se apoyan sus oscuros ojos, pero vivos y expresivos y que resaltan aún más su dulce tez y finos labios medio sonrientes. Y de fondo un paisaje secundario con oscuras nubes que ensalzan aún más el retrato.
Y de cuadro en cuadro paso ante un peculiar Rothko, al que acostumbramos a ver en formato de grandes dimensiones y en esta ocasión empequeñecido al menos en su tamaño.
Inevitablemente vamos llegando al final de la muestra, y como cierre una perspectiva única de un Madrid céntrico, con la primera luz de la mañana, Gran Vía 1 de agosto 7:30h de Antonio López. El artista conocido por su naturalidad y cercanía con la gente y la calle, en esta ocasión buscó pintar desde la ventana del despacho de abogados Ashurst, donde captar estratégicamente el ángulo de la vía. Esta ubicación y los años de dedicación no solo sirvieron para crear el lienzo que admiramos en este momento, sino que también para fraguar una sólida amistad entre Gonzalo Jiménez-Blanco, socio director del despacho y Antonio López. Así se recoge en el libro editado por la Fundación Endesa y el Museo Thyssen, con la relación y conversaciones mantenidas entre López y Jiménez-Blanco durante casi diez años.
Madrid, ubicación elegida para cobijar tan magna colección en beneficio de los madrileños y de todo el que quiera visitarla. Situada estratégicamente entre los grandes museos del Paseo del Arte, un tesoro artístico que cuesta creer que no haya recibido ofertas más suculentas. Quizás en la decisión hayan pesado los orígenes españoles del Prestador y Propietario de la colección. No podemos más que aprovechar esta gran oportunidad para saborear este legado de pintura universal.
Tendré que desafiar nuevamente a la mala gestión del tiempo para volver y dejarme seducir por tanta belleza como sugiere el propio Juan Antonio Pérez Simón y lograr el objetivo del arte que como dijo Aristóteles no es otro que «representar no la apariencia externa de las cosas, sino su significado interior».