Dijo en cierta ocasión Albert Camus que «la tragedia de la vejez no es que seamos viejos, sino que seamos jóvenes. Dentro de este cuerpo envejecido hay un corazón curioso, hambriento, lleno de deseo como en la juventud».
Quizá, esta frase del escritor, de origen argelino, sea una estupenda expresión para vislumbrar el enfoque de la novela de Domenico Starnone, El viejo en el mar. Título que, por cierto, no tiene nada que ver con esa idea heroica que nos dejó el escritor nacido en Illinois, Ernest Miller Hemingway. Una agónica lucha por la vida de un anciano pescador frente a la voracidad de un tiburón. Puede que tengan similitudes en cuanto al recuerdo de tiempos pasados por dos ancianos que han decidido mirar hacia atrás, pero uno, heroico y aguerrido, es completamente antagónico al otro, el de Starnone, que mira, simple y llanamente, a las cosas sencillas de la vida.

El escritor napolitano nacido en 1943, y con más de ochenta años a sus espaldas, se sirve de esta novela para jugar con determinadas escenas de un presente que le sirvan para reconstruir un pasado remoto, gracias a determinados moldes de vivencias que provocan el recuerdo adormecido de la memoria. Una perspectiva original en la narración que obliga a que el tiempo se pliegue sobre sí mismo, como en un papel calca, donde los trazos temporales se confunden entre el presente y el pasado de la narración. Una hábil simbiosis que permiten la extracción de fantasmas del pasado para que flirteen con los personajes del presente. Es como un juego difuso entre planos temporales que permiten al escritor reconstruir parte de la vida de sus antecesores.
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